Este fin de semana fue nuestro aniversario. Nunca celebramos nada como debiéramos. No nos hicimos regalos de Navidad, ni yo le hice regalos de cumpleaños (ella a mí sí, aunque el año pasado fue al revés, yo le hice regalos de Navidad y ella no me dio nada). Tampoco hicimos nada especial por nuestro aniversario. Nos fuimos a la Sierra de Hornachuelos, como solemos hacer muchos fines de semana. Ella terminaba de bañar a las niñas, yo terminaba un informe para el trabajo. El cielo seguía encapotado, como casi todo el fin de semana. A las ocho y media de la tarde el sol bajó lo suficiente como para asomarse entre los dos estratos paralelos de nubes que flotaban esa tarde sobre el campo. Me fui rápidamente a por ella y le propuse subir al cerro más alto, desde donde se veía un gran valle, rodeado de colinas, con un pantano en medio. Subimos en el todoterreno, inventándonos el camino, pues la maleza había crecido tanto con las lluvias del último mes que había borrado todos los caminos. No nos pasó como otras veces, que se nos quedó el coche atascado en una zanja invisible. Acertamos, conduciendo a tientas entre prados de viboreras, un marea púrpura, en la que las sacudidas del viento provocaban un oleaje que se estrellaba contra penachos de cantueso y atolones de matagallos y finalmente desaparecía engullida por otro prado de avena loca más alto, de un verde más tostado por el sol, con los primeros síntomas de que su ciclo vital se agotaba, quizás a pocas horas ya de comenzar a marchitarse lentamente. Desde el Cerro del Nido, vimos como la luz del sol poniente atravesaba el valle, cortada por arriba y por abajo por dos nubes negras impenetrables, y saturando en negro las umbrías de cada colina, cada hondonada, dorando cada solana con una intensidad anaranjada, arrojando sobre el pasto elásticas siluetas negras de encinas y alcornoques. Nos sentamos bajo unos chaparros, en una vieja traviesa de ferrocarril que usamos como banco y nos abrazamos en silencio. Aquel día había sido rescatado de la rutina en una extraordinaria maniobra solar, en la que el astro junto con las nubes habían fabricado, durante unos minutos, un fantástico efecto sobre aquel paisaje.
Luego el sol bajó otro peldaño más, empezó a hundirse tras la nube negra. La luz se hizo difusa, las sombras se perdieron, aquel naranja dorado se apagó, el paisaje quedó plano, el valle perdió su profundidad. Cogimos el coche, y volvimos. Ella terminó de dar de cenar a las niñas y yo terminé de repasar el informe antes de enviarlo.
Saqué una foto con móvil de aquel momento. La foto de mi cabeza es mejor.
Luego el sol bajó otro peldaño más, empezó a hundirse tras la nube negra. La luz se hizo difusa, las sombras se perdieron, aquel naranja dorado se apagó, el paisaje quedó plano, el valle perdió su profundidad. Cogimos el coche, y volvimos. Ella terminó de dar de cenar a las niñas y yo terminé de repasar el informe antes de enviarlo.
Saqué una foto con móvil de aquel momento. La foto de mi cabeza es mejor.
4 comentarios:
q coño es zangón?
una ciudad cagona del medio oriente acaso?
Felicidades.
Sólo de vez en cuando vale la pena pararse y echar un vistazo atrás (aunque sea mirando delante), hacer balance sin demasiado detalle ni remordimiento y ver lo que se ha quedado por el camino.
Creo que es ese el motivo de las fechas señaladas, ya que sin ellas, corremos el peligro de olvidarnos de que nuestro tiempo se mide en años.
El año que viene será vuestro séptimo aniversario y el primero de esta puesta de sol.
(Se me ha despertado una extraña vena de corrector... ¿qué pasó con las niñas mientras íbais a ver el sol?)
pues que tenemos una tata cojonuda...
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