Hoy he visto el espectáculo que más me ha conmovido de cuantos he visto en calidad de público, sentado entre la multitud. Fue casualidad. Me llamó una amiga a dos horas de la corrida de José Tomás con una entrada que le sobraba. Tuve que hacer una obra de ingeniería social para poder ir, mi mujer estaba en cama con 39 de fiebre, la chica también enferma y en el médico, y finalmente, conseguí que mi suegra se escapara de su trabajo para venir a cuidar a las niñas, para que pudiera ir. Sabía que aquello iba a ser una ocasión especial, como Jimi Hendrix en Woodstock, como Maradona en el mundial de México, como Caruso en la Scala o Muhammad Ali en el combate de Zaire... algún día tenía que tocarme a mí ver a esa persona de mi tiempo que está en absoluto estado de gracia, que trasciende todas las limitaciones y peculiaridades de su arte particular, para llegar a percutir sobre esa cuerda invisible, prácticamente inalcanzable, que cuelga en tensión sobre todos los vacíos de nuestra alma, y los convierte en una caja de resonancia que por un instante retumba con la potente vibración de una emoción compartida, incontenible, plena, que se extingue pronto porque no nace de nosotros: no somos nosotros los que podemos llegar a tocar esa cuerda ni provocar el estruendo interior de esa emoción que nos recorre el cuerpo entero, no tenemos el don, otro debe hacerlo por nosotros.
Yo apenas sé de toros. Los toros me parecen atavismo, cutrerío y circo la mayor parte de las veces. Carnicerías perpetradas por chulapos chuscos, amantes de las posturitas, a mayor gloria de una idea machista y brutal de la hispanidad. Cuando las corridas son malas, que es la inmensa mayoría de las veces, son aburridas, tediosas, desagradables. Sólo se ve la sangre y el repertorio de posturitas y muecas impostadas, el disfraz, el lomo destrozado de un animal asustado. José Tomás esconde la brutalidad y el sufrimiento bajo una capa de belleza. Uno se vuelve ciego ante lo que podría ser un espectáculo patético, lleno de folclóricas, barrigones con tebas fumando puros, hombres engominados, cubata en mano, vociferando opiniones a razón de quince axiomas por minuto, liturgias absurdas del alguacil y su sombrero con la larga pluma... Con José Tomás, todo cambia. Él es un caballero jedi, un samurai, un lama... torea con la mente, camina sereno, melancólico, se planta ante el toro en un extraño trance donde no hay vanidad, donde los demás no existimos. La muerte no entra dentro de sus cálculos, para él es algo accidental que no afecta a sus decisiones, si va a morir, morirá, no pasa nada, es algo tan circunstancial como que pase una nube, que cambie el viento o que un cernícalo cruce el cielo sobre la arena, desbandando a gorriones y vencejos, como de hecho ha pasado.
El vídeo que os cuelgo realmente no tiene nada que ver con lo visto y sin embargo, es la corrida que he visto hoy... Es como escuchar fragmentos sueltos de una melodía. Cabe destacar que en el minuto 1:58 del vídeo, se ve una serie de pases en que Tomás mira al suelo, con los pies clavados, sin inmutarse. El toro pasa a su lado, él le ignora. No está allí, o quizás somos nosotros los que no estamos allí. No se sabe.
Yo apenas sé de toros. Los toros me parecen atavismo, cutrerío y circo la mayor parte de las veces. Carnicerías perpetradas por chulapos chuscos, amantes de las posturitas, a mayor gloria de una idea machista y brutal de la hispanidad. Cuando las corridas son malas, que es la inmensa mayoría de las veces, son aburridas, tediosas, desagradables. Sólo se ve la sangre y el repertorio de posturitas y muecas impostadas, el disfraz, el lomo destrozado de un animal asustado. José Tomás esconde la brutalidad y el sufrimiento bajo una capa de belleza. Uno se vuelve ciego ante lo que podría ser un espectáculo patético, lleno de folclóricas, barrigones con tebas fumando puros, hombres engominados, cubata en mano, vociferando opiniones a razón de quince axiomas por minuto, liturgias absurdas del alguacil y su sombrero con la larga pluma... Con José Tomás, todo cambia. Él es un caballero jedi, un samurai, un lama... torea con la mente, camina sereno, melancólico, se planta ante el toro en un extraño trance donde no hay vanidad, donde los demás no existimos. La muerte no entra dentro de sus cálculos, para él es algo accidental que no afecta a sus decisiones, si va a morir, morirá, no pasa nada, es algo tan circunstancial como que pase una nube, que cambie el viento o que un cernícalo cruce el cielo sobre la arena, desbandando a gorriones y vencejos, como de hecho ha pasado.
El vídeo que os cuelgo realmente no tiene nada que ver con lo visto y sin embargo, es la corrida que he visto hoy... Es como escuchar fragmentos sueltos de una melodía. Cabe destacar que en el minuto 1:58 del vídeo, se ve una serie de pases en que Tomás mira al suelo, con los pies clavados, sin inmutarse. El toro pasa a su lado, él le ignora. No está allí, o quizás somos nosotros los que no estamos allí. No se sabe.
4 comentarios:
Pienso que el maltratato a los toros es propio de ...
... es broma, yo también siento a veces esa dualidad, y aunque era aficionado a los toros lo abandoné por alguno de los motivos que tu mismo mencionas.
Viviste un momento mágico e irrepetible y yo no puedo mas que lamentar que fuera donde fue, pero hay que reconocer que José Tomás es un ser especial, a todos los niveles.
¡Viva la fiesta nacional, cojones!
FELICIDADES!!!
Uno no siempre tiene oportunidad de retroceder al medievo en pleno siglo XXI!
... y tan pocas balas, añadiría.
Mira que se leen gilipolleces en la Red, pero se superan día a día.
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